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Yo pecador

  • @joshdiceque
  • Nov 25, 2016
  • 4 min read

Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, Nuestro Señor. Amén.


Recuerdo el olor a incienso quemado, las lúgubres y grandes (que de niño veía inmensas) puertas de madera abiertas de par en par frente a mí, un tanto gastadas por el tiempo, por el paso de tantas lluvias e incluso por algunas polillas; recuerdo que de esas puertas colgaban barrocas, victorianas o medievales (mi memoria de los ocho años no es tan buena) aldabas de metal cuyo desgaste hacia juego con el objeto del que eran accesorio, esas aldabas de sólido y pesado metal que no entendía para que estaban ahí si nunca se utilizaban o siquiera se podían tocar. Una vez que cruzabas ese umbral podías avanzar por un pasillo de un suelo blanco que simulaba alguna especie de mármol ( si no es que tal vez era mármol) y podías entonces seguir caminando (de manera muy solemne y silenciosa siempre) en mitad de un estrecho pasillo formado por largas bancas de madera a través del cual podías apreciar en los pilares de solida cantera que se encontraban a los costados imágenes de las 15 estaciones del Via Crucis al más puro tributo de las religiones griegas, las cuales mostraban como un hombre era capturado, golpeado, flagelado y torturado hasta la muerte en vividas imágenes cada una más perturbadora que la anterior, había también más atrás de los pilares ya en la parte de la pared estatuas e imágenes de santos que se resguardaban estratégicamente en los nichos por orden de relevancia (mayor popularidad y por tanto mayor recaudación de limosnas), un poco más allá y al final de ese angosto pasillo yacía el altar y tras del mismo colgado en la pared se veía la representación del protagonista que había reunido a toda esa gente aquel domingo por la noche en ese lugar.


Dentro de las oraciones aun incrustadas en mi memoria que ahí se repetían como mantras de un macabro lavado de cerebro está el “Yo pecador”, el cual siempre me llamo la atención por muchas cosas que engloba pese a su pequeño tamaño.

El “Yo pecador” es un extracto de lo que es el catolicismo, un juego de antiguos merolicos que buscan convencerte de que estas enfermo y solo ellos conocen el antídoto, la suma de culpa, ignorancia, prejuicios, miedos y una autoestima tan desplomada que haría ver a cualquier adolecente con acné con la seguridad de George Clooney, Vladimir Putin o Roberto Palazuelos dependiendo tu nivel sociodemográfico para entender la referencia. Desde niño recuerdo pensar que el perdón no se obtiene rezando o disculpándote ante un amigo imaginario sino pidiendo tal perdón o disculpa al propio afectado y a nosotros mismos, la reivindicación, purificación y salvación como prefieras llamarla no se consigue por repetir una oración sin comprender una sola de las palabras que estás diciendo o porque un hombre que clama poder hablar con ese amigo imaginario colectivo te comunique su perdón, si hiciste un mal: ¡Tienes que corregirlo, evitar volver a cometer ese error y encarar tus consecuencias como adulto! Así de simple.


Lo primero que me llamo la atención del “Yo pecador” fue el poco crédito que te dan como católico, si tomamos en cuenta que según los preceptos de la institución (con sustento en su libro sagrado) debemos ir a misa por lo menos una vez por semana, esta oración que es parte del acto litúrgico presupone que en esos siete días ya cometimos todos los tipos de pecado posibles, de PENSAMIENTO (por ridículo que suene es cierto, desde que lo piensas ya has pecado), PALABRA (todo lo indebido que hayas dicho) OBRA (tu actuar pecaminoso como sentir lujuria, ira, pereza, envidia o cualquier otra sensación que te haga humano) y OMISION (por si queda algo en tu conducta por cubrir ellos cubren aun lo que no hayas hecho). ¿Qué tan imbécil creen que es alguien para pasar cometiendo los mismos errores una y otra vez cada semana durante toda su vida? ¿Qué tipo de valor tiene entonces arrepentirte de estos actos (suponiendo que realmente estén mal) si son tan irrelevantes y hasta triviales que cada siete días te encontraras de nuevo postrado en un charco de culpa y vergüenza pidiendo perdón por ellos?


Pero por tales absurdos es que la religión ha sido un producto tan demandado y consumido durante milenios, por venderte un confort, un consuelo, una respuesta y solución fácil a tus cuestionamientos, dudas y problemas. Es más sencillo asumir que podemos ser tan malas personas como queramos si cada semana durante el resto de nuestra vida estaremos (por lo menos hasta que la confesión y comunión posterior pongan nuestro marcador en cero y salgamos de esa iglesia teniendo esos 5 minutos donde somos la persona más pura de este planeta) sintiéndonos indignos mientras nos revolcamos en la suciedad de nuestra culpa y “arrepentimiento” publico ante nuestros “hermanos”, rogando a “los ángeles y a los santos que intercedan por nosotros ante dios” cual si fueran meros coyotes, gestores o mandatarios de la salvación de nuestras almas; y al final, toda esa gente concluye que tiene sentido todo ese absurdo, después de todo, ¿No nos han enseñado que ese dios es puro amor (omítase la parte de Sodoma y Gomorra), perdón (omítase la parte del genocidio de primogénitos en Egipto), comprensión y dulzura (omítase todo el viejo testamento)? ¡Claro que va a perdonarnos cada fin de semana siempre y cuando no dejemos de acudir! Es imposible que nos estén mintiendo y estén haciéndonos vivir nuestras vidas bailando como perros de circo amaestrados en un número macabro y de mal gusto ¿Verdad?


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